Un Mar de Pintura

Hugo Petruschansky

Acerca de la obra de Celina Jure
Cuando se pensaba, allá por los ‘60 que la pintura había muerto y que el sistema de producción de las Bellas Artes también había firmado su sentencia, surgieron artistas que con merecido talento y originalidad proponían una nueva forma de decir el arte, de redefinir la vanguardia y así optaron por los nuevos medios y tecnologías. También nuevos defensores y profetas de las recién nacidas estrategias hicieron sentir sus voces, sepultando definitivamente a la añosa pintura y la exégesis del arte pasaba enfáticamente por Duchamp, Broodthaers y Kosuth. Pero pareciera que aún a la pintura le quedaba algo por decir y muchos artistas de la generación de los ‘80 han corrido el riesgo de continuar con la tradición e inmediatamente con salvajismo o pru- dencia hicieron sentir sus voces. La pintura es hoy una realidad practicable, que se presenta a sí misma como una nueva mani- festación o afirmación de la pintura en cuanto tal y que permanence posible. La polémica sobre su legitimización ya ha concluí- do y dejó de ser una imposibilidad practicarla.
Celina Jure es una de esas artistas que aún trabaja en un medio que nos ofrece agudas reflexiones críticas, proponiendo esté- ticas diversas, singulares e incorporando palabras nuevas que amplían el lenguaje del mundo. Ella pinta.
Hacer las obras
Celina Jure usa papel y telas de enorme formato como soporte, que llegan hasta los 40 metros de largo. Esta escala monumen- tal le otorgan a los trabajos una presencia casi escultórica pero de formas pictóricas. El protagonista es el acto pictórico, el acrílico el medio. Su forma de trabajo pareciera anacrónica: trabaja sin condicionamientos, ni planificación previa, prepara el primer color, espera y actúa. Una vez frente o sobre el trabajo intenta perderse en él, sin mirar ni ajustar nada.
El punto de partida es muy simple: ataca directamente, pues no sólo es una superficie o un campo donde se coloca pintura, sino también un escenario donde el cuerpo deja sus huellas, como en una dinámica coreografía.
Todo sucede sin desconcentrarse en una jornada de trabajo, para continuar al día siguiente partiendo de la no corrección de lo hecho, ya que todo lo que pinta es por su propia posibilidad de gesto, no por mera casualidad ni por accidente. Corregir sería pretender manipular el espacio y a Celina Jure no le interesa ese desafío. Lo importante es el proceso de la pintura, el camino, lo que pasa y tiene que pasar, es un sin fin, un continuo hacer pintura. Se sigue pintando en la jornada siguiente, en la misma tira de papel o tela y a lo largo del tiempo. Así la relación con la imágen anterior se va alejando, liberando, pero nunca se des- vincula con la que viene, siempre está coherentemente ligada y tejida en su fantástica longitud. Es como un mar de pintura que sabemos y amamos su magnitud, pero lo disfrutamos desde en la orilla.
El color
Reflejos, manchas, líneas quebradas, espirales, ruptura de la unidad, cruces violentos, gestuales caligrafías, todo se logra por medio del color, protagonista de las formas y la obra. El color no se esconde ni es velado, su uso es económico, desnudo y contundente que le da al gesto seguridad y firmeza con su sola presencia.
El color es el dibujo y la línea. Nunca arbitrarios, automáticos o irreflexivos, la poética del color son sus temas también, la bús- queda de un sentido del color es un proceso natural que va creciendo a medida que crece el gesto de pintar.
Celina Jure construye sus propios “pinceles”, desde pelucas de tela para manchar la superficie hasta escobillones y trapos para continuar con las formas.
El sitio
Aunque pareciera que no hay demasiados sitios para albergar las obras de gran escala, se establece un idilio entre el sitio y el trabajo, en el cual la arquitectura establece ese afortunado diálogo con ellas: rincones, vigas, barandas, esquinas, dobleces y molduras se forran de pintura, transformando en supericies de sensibilidad lo que generalmente es pura y fría información visual.
Observación y reflexión
Es posible que alguien diga que ya las vió, que le recuerdan a tal o cual artista, que evoque o apropie de Mitchell o Hartung por ejemplo, lo mismo dá. El arte no trata únicamente de originalidades. Cada artista describe lo que le es esencial a su traba- jo y debe tener un discurso claro, directo, lleno de seducción, estar completo en su imagen y ser un cuerpo con órganos den- tro, de lo contrario su imagen se vuelve improductiva, incomunicable y sin misterio.
Las pinturas de Celina Jure son verdaderas obras de arte que se pueden leer como antropologías abstractas, sin códigos de representación ni similitudes, ante las cuales caemos seducidos por sus imágenes bellas y los recursos plásticos utilizados, con descomunales gestos elegantes y suntuosos. Su pintura está hecha de sumas de arduo trabajo, con pausas, descansos e ideas, intensificadas por la gran escala. Ella es rápida pero no agresiva. Su pintura se transforma así en un hecho artístico, resultado del encuentro de diferentes sentimientos, pensamientos y experiencias; es imposible acercarse a la obra de C.J. de una manera fria y racional, su pintura siempre es un único momento pictórico, resultado de las tensiones, de su autonomía, pero su interpretación está adherida a la visión de la pintura, es inherente a ella, necesitamos decodificar la informacion visual ya que permanece neutral a nuestros ojos. Jure esta convencida que sólo se puede compartir pasiones y sus intrincadas rela- ciones para quedarnos con la pintura, eso ya es su mejor logro.
Hugo Petruschansky